¿Con o sin ella?

Tal y como hemos visto en anteriores entradas, muchas empresas no publicitan sus productos; se trata de aquellos destinados a un público concreto, selecto y cuyo poder adquisitivo alcanza unos niveles que distan mucho de parecerse a los niveles de cualquier familia de clase media.

Vivimos en un mundo inmerso en un sistema de globalización tanto económica como mercática, y no debemos olvidar que ambas son indiscutiblemente inseparables: la evolución del mercado nos ha llevado a la evolución de nuestro sistema financiero y, del mismo modo, la evolución del sistema mercático, no habría podido ser posible sin la correspondiente evolución económica.

Desde tiempos inmemoriables, el ser humano ha comercializado sus productos y servicios. A medida que crecía la cantidad de un mismo producto o servicio, elaborado por distintas personas, estas se han visto obligadas a agudizar su ingenio con un único objetivo: conseguir que ese producto o servicio destacara por encima del producto o servicio, que pese a cumplir las mismas funciones y reunir idénticas características, pertenece a la competencia.

Esa agudeza de ingenio la hemos llamado publicidad y, tal y como hemos confeccionado nuestro mundo, nuestra forma de establecer redes o líneas de trabajo, de superación personal, laboral o mercática, la publicidad se ha convertido en una materia indispensable para nuestra existencia. Es por ello que dicha materia es objeto de constante cambio, renovación, estudio, análisis, superación, sistematización, etc., convirtiéndose en una profesión distintiva, sin la cual, no pueden funcionar las demás.

Una vez llegados a este punto, nos planteamos las siguientes cuestiones:

  1. ¿Podemos imaginar un mundo sin publicidad?
  2. ¿Hasta qué punto es importante la publicidad?
  3. ¿Puede el ser humano inmunizarse contra ella?
  4. ¿Puede una empresa subsistir sin publicidad?

Como ya hemos comprobado, hay muchas empresas que subsisten gracias, precisamente, a no realizar publicidad y, si somos conscientes de lo importante que es dar a conocer nuestros productos o servicios, para que el negocio salga hacia delante, ¿cómo es esto posible? ¿Qué entraña la publicidad entonces?

Es muy sencillo: la publicidad entraña el convertir un producto o servicio en algo comercial.

Entonces, nos cuestionamos otra cosa: ¿A caso los productos y servicios que no se publicitan carecen de aspecto comercial? ¿Su finalidad última no es la de satisfacer las necesidades o deseos de un consumidor?

Todo ello tiene una explicación: ambos tipos de productos tienen una finalidad comercial, pero el mismo carácter comercial que es beneficioso para un tipo de productos, adquiere un cierto aire peyorativo para otros.

Somos, por ejemplo, productores de coches. Ponemos a continuación, lo que diferenciamos como comercial positivo (en este caso beneficioso) y comercial negativo (peyorativo):

–     Positivo: Necesito la publicidad para que el Seat que produzco, independientemente del modelo, llegue a todas las personas.

–     Negativo: Necesito que mi producto, Lamborghini, no sea publicitado.

El por qué de esta diferencia es muy sencilla: Algo que es considerado comercial, es algo destinado a todos los públicos; algo destinado a llegar a todo el mundo y accesible a todos los bolsillos. Por el contrario, algo que no se considera comercial, aunque en el fondo lo sea, es algo que no se destina a todo el mundo; el hecho de que todos tuviéramos acceso a este producto lo devaluaría a todos los niveles y en todos los sentidos.

No obstante, el hecho de que no veamos o apreciemos publicidad de estos productos, no significa que sus productores no hagan uso de esta fabulosa herramienta; simplemente, basan sus actos comunicacionales en publicidad de marca por medio de eventos, documentales… Es por ello que sabemos de su existencia aunque no sintamos su presencia en lo medios.

~ por Héctor Igual en 31 enero 2010.

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